miércoles, 9 de febrero de 2011

El Experimento Azul, nº 5

Querido diario:

Tras las extravagantes experiencias sufridas por haberme obsesionado con el Ghost Trick de Nintendo, he tomado las riendas de mi vida para devolverla a la normalidad,empuñando el timón de mi barca vital, y decidido a esquivar escollos con intuición digna del capitán del Titanic. Vale, no ha sido un buen ejemplo, ¿pero qué esperabas después de pasarme semanas deambulando por los tejados de Madrid para eludir los intentos de Vanessa Montfort y David Torres por apropiarse de mis avances en el juego del detective fantasma?



No es que haya dejado de jugar pero sí he limitado el tiempo que le dedico a un número determinado de horas.
Y esta mañana volví a disfrutar de las pequeñas alegrías que supone vivir en el sencillo y laborioso barrio de Lavapies. Salí a pasear y lo primero que percibí fue que el invierno está cediendo en su empeño de congelarnos. Casi podría decirse que la primavera ya está aquí. Lo descubrí esta mañana porque mi casera, la vieja señora Kowalsky, llevaba sólo un jersey de cuello alto con guantes y bufanda a juego, y un abrigo hasta los tobillos. En diciembre parece un ovillo de lana ambulante. Me saludó con un afectuoso escupitajo que un escritor como yo, habituado a las situaciones peligrosas, hubiera esquivado sin dificultad si la señora Kowalsky fuera ciega. Comprobé que sigue manteniendo su vista de águila y me alegré por ella. Siente verdadera devoción por mí desde que resolví -como pago de los intereses de alquileres atrasados- el asunto de las misteriosas desapariciones de su marido. Tras varias noches de guardia, la primera vez que no me quedé dormido a las nueve y media, descubrí que el pobre señor Kowalsky, nativo de Siberia, añoraba el frío de su patria, por lo que a medianoche se ponía su mejor traje, una flor en el ojal, y se refugiaba en la nevera. Me cobré las pesquisas con los intereses de cuatro meses de alquiler, y recomendé a mi casera que acompañara a su marido en su inocente fantasía.
Lo malo fue que esa noche, cuando abrió la nevera, lo sorprendió en posición comprometida con una langosta del Báltico.
Desde entonces, mi casera monta guardia con una escopeta dentro del refrigerador, y estuvo a punto de ir a la cárcel por el asesinato de una pierna de cordero que, seamos sinceros, iba provocando. Se salvó porque la policía no pudo hallar el cuerpo del delito. El asado me sentó fatal, pero los tiempos no están para rechazar invitaciones, Querido Diario, sobre todo si te la formulan con amabilidad y una escopeta de perdigones.
Pero se acerca la primavera y me acerco al final del Ghost Trick, no como el febril jugador que fui hasta hace poco, sino como un responsable usuario de excelente artilugio dedicado al ocio y la superación. De modo que, bañado por el tibio sol de mediodía y sentado en una terraza de Tirso de Molina, apunto en un folio mis buenos propósitos a cumplir en breve:
1)Dejar de beber.
2) Dejar de fumar.
3) Dejar de pasar interminables noches de lujuria con bellas mujeres insaciables.
Recuerdo que en varias ocasiones he querido darme a la bebida y ella me rechazó. Además, mi economía sólo da para un tetra brick de Don Simón cada quince días y dos botellas de casera. No cuela.
Tacho Dejar la bebida.
El tabaco. Fumar es un placer, genial, sensual. Recuerdo a Nidia, a quien solía tararear la melodía de El humo ciega tus ojos y eso la hacía llorar. Me amaba con pasión hasta que le operaron de cataratas y dejamos de gustarle la canción y yo.
Tacho Dejar de fumar. Para un vicio seco que tengo… Cavilo un par de horas sobre cuáles serán los vicios húmedos y concluyo que tendrán algo que ver con las tardes de lluvia. Descartados: me resfrío con facilidad.
Dejar de pasar interminables noches de lujuria con bellas mujeres insaciables. Medito sobre mi vida sexual de los últimos meses, y en un arranque de sinceridad tacho el punto 3 de mi lista y escribo: Dejar de mentir. (Debo recomendar a mi amigo David Torres que haga lo mismo, ya que según he sabido, desde que escribió en su blog que había llegado al final del Ghost Trick, la gente lo señala entre carcajadas por la calle y hasta los han propuesto para desempeñar el cargo de Presidente Honorario de la prestigiosa ONG “Troleros Sin Fronteras”.)
Suena el móvil en el preciso momento en que la pelirroja Lynne, en el juego, está a punto de dejarse matar otra vez, y tanto el detective espectral, Sissel, somos incapaces de salvarla. Debo atender el teléfono. Seguro que es Gertrudis, mi ex, que después de cuatro años, dos semanas, seis días y nueve horas de separación (tal vez sean diez horas, no es que lleve la cuenta), ha comprendido que no puede vivir sin mí. Si es así, ha tardado 57, 32 novios en descubrirlo, pero es que ella siempre fue muy de analizarlo todo con calma. No es Gertrudis, sino la directora de una revista que suele encargarme reportajes y cuentos porque dice que le recuerdo al hijo “que por suerte no tuve”. Espero que esté de buen humor, y cuando al descolgar me llama “organismo mononeurónico deplorable“, se que estoy en lo cierto. Cuando está enfadada me llama cosas peores y en esta ocasión, al menos me concede una neurona de crédito. Me amenaza amablemente con enviarme dos gigantescos albano-kosovares a partirme las piernas si no le envío esta misma tarde el cuento que me encargó. Cuelga y advierto que en la Nintendo DS, Lynne se ha salvado. ¡La hemos salvado! Pero, ¿cómo? A ver si al final tenía razón Gertrudis al asegurar que las mejores noches de pasión que pasó conmigo tuvieron lugar durante mis ataques de sonambulismo. Debo pensar en ello, pero antes necesito resolver lo del cuento. No sé en que parte del mundo queda Albanokosovaria, pero no hay que tentar la suerte. Camino hasta el quiosco. Necesito ideas y como todo creador contemporáneo, me dedicaré a la disciplina más usada: copiar descaradamente. Dudo. Por un momento creo que en lugar de mi kiosco habitual he caído en un bazar de todo a 100. Pero el dueño no es un chino, sino mi amigo el quiosquero, Pablo, poeta en los ratos libres y portero de discoteca para mitigar las noches de soledad y machacar alguna que otra cabeza.
Veo colecciones de todo lo imaginable. Por 3,95 euros puedo iniciarme en el apasionante mundo de las ensaladeras en miniatura, o hacerme con trocitos de césped de los más famosos estadios de fútbol de Asia, o ¿por qué no? coleccionar bolsitas para emergencias de todas las líneas aéreas del globo, y entrar en el sorteo de una usada en su momento por Yeltsin, patrocinada por una marca de vodka; incluso podría lanzarme al desenfreno y hacerme, semana a semana, con una atrevida serie de fotos eróticas de la Reina Madre de Inglaterra.
Pablo me mira como si fuera un marciano cuando le pregunto si en realidad la gente compra tantos coleccionables.
—Tú es que vives en la luna, Salem. Si yo mismo estoy a punto de terminar mi colección sobre las variedades del papel higiénico a lo largo del mundo y de la historia. Viene con muestras certificadas, y cuando la acabe ¿sabes qué me regalarán?
No quiero saberlo y huyo a casa.
Vuelve a sonar el teléfono y esta vez sí es Gertrudis. Escucho con fingida indiferencia. Quiere volver a casa. No suplica pero le falta poco. Me hago el duro y la hago sufrir durante una buena fracción de segundo. Después cedo. Me da las gracias como antes, con la voz teñida de emoción.
— Eres el gilipollas más sensible que he conocido.
Y cuelga. Vendrá esta noche.
Canto. Limpio mi cuchitril y bajo a recuperar el gato del patio. Al fin y al cabo, fue Claudia quien lo hizo embalsamar cuando vivíamos juntos. Vuelve. Esta noche. Soy feliz y no pienso dejar que las minucias estropeen el momento: no importa que su retorno se deba a que la han echado de su piso, ni que se mude a mi casa con su nuevo novio senegalés, ni que fueran sus gemidos amatorios provocados por el moreno la causa de su expulsión del anterior domicilio. Seguro que se lo trae por que le da pena el pobre inmigrante, Claudia siempre ha sido muy solidaria. Y de paso, para disimular que me extrañaba.
Comienzo a empaquetar mis libros.
Claudia me he dicho que haga espacio en los estantes, porque también se trae su colección fascículos y relojes de arena, y tendré que encargarme de hacerlos girar cada hora.
Sólo son 258.
Tengo tiempo porque Gertrudis y Bnamhmwammboo (en casa le dicen Tito) llegarán a la anochecer. Enciendo la Nintendo y me sumerjo en el Ghost Trick. Si me entreno lo suficiente, podré jugar con una mano, mientras con la otra voy volteando los relojes de arena.

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