Querido diario:
Decidí buscar la ayuda de unpsicólogo, para que me ayudara a comprender lo que me ocurre con el Ghost Trick de Nintendo, el juego que llevo un mes probando y me ha cambiado la vida. La ha cambiado para mejor, porque peor no podía ir. Creí que al bucear en mis recuerdos podría también recordar en qué momento dejé de ser un niño prodigio para convertirme en un fenómeno de feria. Y me bastó una sola sesión para comprender que la moderna psicología puede ser la solución a todos mis problemas. Cierto es que el terapeuta tardó un poco en sintonizar conmigo, y que le molestó bastante mi exigencia de que saliera a comprar una pipa y una barba postiza, pero es que cuando hay que hacer las cosas, hay que hacerlas bien. Cierto también que aunque la pipa se asemejaba bastante a las que he visto fumar a los psicólogos de las películas, la barba que el noble facultativo pudo obtener en la tienda de disfraces de la acera de enfrente, era más propia de un lobo de mar que de un experto en almas. Pero lo resolvió comprando también un paisaje marino de dudosa calidad artística, pero tan realista que por momentos salpicaba.
-Hábleme de usted -me sugirió cuando estuve tendido en el diván.
-¿Es que le he tuteado, doctor? No es propio de mí tomarme esas confianzas.
-No, que me hable de su vida, de sus anhelos, ¡de su infancia, hábleme de su infancia!
- La infancia, doctor, fue ese tiempo en el que todo era dulce, hasta los azotes de mi padre…
- ¿Cómo dice?
- Sí: papá trabajaba por entonces en una pastelería y gustaba de pegarme con sacos de azúcar.
-Eh-h, y ¿qué es lo primero que recuerda de su infancia?
-Primero estaba flotando en un líquido tibio. Luego, una sensación de girar y girar y girar… que se detuvo de pronto y la luz lo inundó todo.
-¿Recuerda su nacimiento?
-¿Qué nacimiento? Es que mamá, como buena primeriza, se hizo un lío y me metió en la lavadora junto con mis ropitas…
-¿Y está seguro de que fue un error? -murmuró el terapeuta.
-¿Qué quiere decir?
-Nada, nada. Siga contándome.
-Nada especial. Como la situación económica era tan precaria, mis padres me cambiaron con unos vecinos por una lavadora. No funcionaba, pero al menos, como dijo papá “uno sabe que es normal”. Pero en cuanto me empecé a comer el detergente, los vecinos deshicieron el trato.
-“Rechazo paternal” -murmuró el psicólogo mientras apuntaba en su libreta. Y luego agregó-: “razonable, si se conoce al paciente”.
- En todo caso, doctor, desde muy pequeño se destacaron en mí las cualidades de sagacidad e intuición que habrían de convetirme en escritor de novela negra. Lo mío siempre fue la investigación. Cuando algo se perdía en casa, ya fuera la vuelta de la compra, la dentadura de oro de la abuela, o la pierna ortopédica de mamá, siempre recurrían a mí para encontrarlo. Y lo encontraba, ya fuera en los bolsillos de papá, o en el monte de piedad que había a pocos metros de casa, tras entregar el correspondiente resguardo hallado en los cajones de la mesita de noche paterna. Mi padre se enternecía tanto por ese olfato de sabueso precoz, que me palmeaba afectuosamente las posaderas, tal vez con cierto exceso de energía.
-Hábleme de su primer amor…
-Era bella, era elegante y suave, pero al mismo tiempo, fría y distante, como si me ignorase…
- Natural- dijo entre dientes el doctor.
-…y comprendí que lo nuestro era imposible cuando le arranqué la ropa.
-¿Qué, qué? ¿Cuántos años tenía usted?-Nueve. Ya, no me lo diga. Mamá también se enfadó y dijo que no tenía edad para jugar con las Barbie de mi hermana.
El silencio detrás de mí me hizo volver la cabeza y advertí que mi terapeuta padecía de un curioso tic en ambos ojos, además de temblarle el pulso. No hice observación alguna sobre el hecho de que se estuviera comiendo la barba postiza, porque con esas nuevas dietas de moda, nunca se sabe.
-Pero lo que realmente marcó mi vida es un hecho más reciente, y temo que aún no lo he superado, doctor. ¿Se lo cuento?
Creo que asintió, aunque como estaba hincando de rodillas en el suelo, rezando mientras se daba goles en el pecho con una estatuilla de bronce, pensé que sería de mal gusto insistir:
-Creo que Getrudis, mi ex novia, me engañaba.
-¿Po-por-qué lo sospechaba?
-Uno no será un hombre de mundo, pero siempre me pareció extraño que su consejero espiritual viniera a domicilio y la confesara en nuestro cuarto, a puerta cerrada…
Detrás de mí se escuchó un gemido ahogado, algo así como “pordios,másno”, y aunque no soy particularmente religioso, me alegré de que mi terapeuta lo fuera, ya que el asunto estaba relacionado:
-Además, una noche que entré de pronto en el cuarto y vi al sacerdote desnudando a mi novia, he de admitir que desconfié…
El sonido se hizo más agudo.
-…hasta que el confesor me dijo que pertenecía a la Teología de la Liberación y Getru necesitaba ser liberada.
Mi terapeuta comenzó a comerse su bigote, aunque era natural.
-Pero lo que en realidad me desvelaba, doctor, eran los gemidos y aullidos que ella soltaba durante las confesiones. Cuando el santo hombre comenzó a venir acompañado de otros cuatro colegas, supe que lo de mi novia era grave, y pese a que me mandaron a buscar hielo y cigarrillos, supongo que para que no me preocupara, supe que mis peores sospechas eran acertadas.
El silencio recibió mis palabras.
-A la mañana siguiente le dije a Claudia: “a mí no me engañas y desde anoche lo tengo claro: tú has sido poseída”. ¿Sabe lo que me respondió?: “no sabes tú bien cuánto. Pero poseída, poseída, poseída.” Yo le dije que no se preocupara, que tratara de olvidarse de todo, y para demostrarle que la comprendía, fui al video club y alquilé El exorcista, y…
Una corriente de aire llamó mi atención y al girar la cabeza no vi a mi psicólogo. La ventana estaba abierta y me asomé. Ahí estaba, sobre la delgada cornisa de la planta 15.
-¡No me diga nada, no pienso bajar de aquí en mi vida!- Gritó-. ¡Sólo de pensar que me puede tocar otro como usted!
-Venga, hombre- le dije-. Precisamente usted debería saber que casi todo problema tiene solución. Además, no hemos hecho más que empezar. Imagine todo lo que descubriremos juntos durante las sesiones venideras. Estoy dispuesto a seguir la terapia con su sabia guía durante todo el tiempo que sea necesario, meses, años, décadas si es preciso.
Comenzó a llorar y supe que mis palabras lo emocionaban. Insistí:
-Venga doctor, no puede quedarse inmovilizado en este punto de su vida. ¡Es la hora de dar un paso adelante!
Me miró. Sonrió. Y dio el paso.
Seguía sonriendo mientras caía.
El entierro fue conmovedor, estaban todos los psicólogos de la ciudad. Yo me mantuve a distancia respetuosa, y para pasar el rato superé una nueva etapa de Ghost Trick sentado en una tumba soleada. Escuché que los psicólogos comentaban: “ha venido el loco del videojuego”, pero no lo relacioné conmigo, desde luego, e imaginé que mi buen amigo David Torres había acudido a ellos en busca de ayuda para superar su incapacidad para avanzar en el Ghost Trick.
Allí estaban, querido diario: todos los psicólogos de Madrid. Pero, por extraño que parezca, ninguno tiene espacio en su agenda para seguir mi tratamiento.
Me temo que hay más gente con problemas psicológicos de lo que pensaba.